domingo, 20 de mayo de 2012

Leyendas del este mendocino

Beatriz Ariza y Liliana Beatriz Guerrero

Siempre la tradición cultural ha encontrado vertientes por donde fluir, independientemente de academias y aulas, sosteniendo vivas las vibraciones irracionales del misterio vital. Tal el caso de las leyendas, como las que aquí se relatan, vinculadas con sectores específicos de la geografía mendocina, pero que pueden tener esencia universal. El testimonio además del tesoro antropológico permite mostrar un viejo cruce en la historia argentina: el afán científico, la poética domesticadora y la palpitante sustancia popular. Eduardo Paganini.

El hombre y la narrativa
Con la aparición del hombre sobre la superficie terrestre surgió la eterna problemática existencial. Eterna, decimos, porque a pesar de los avances científicos y tecnológicos del mundo contemporáneo, las cuestiones más acuciantes relacionadas con el sentido de la existencia: la vida, la muerte, siguen siendo los grandes misterios que la humanidad no se termina de explicar, o, si se quiere, de entender.

Surge, de manera inevitable, casi, la pregunta: ¿Cómo resolvió esta problemática el hombre primitivo, con sus escasos conocimientos? Sencillamente lo hizo desarrollando el pensamiento mítico, creando historias fabulosas que le solucionaban cuestiones de fondo. Pero estas historias no fueron tan caprichosas ni alocadas, porque comunidades muy distantes entre sí concibieron mitos semejantes. ¿Cómo se explica esta situación? Es menester aceptar que algo debía estar subyacente en la mente humana para que tal situación se diera espontáneamente. Algo debe haber, desconocido todavía para el hombre, que le hizo crear historias parecidas a individuos distintos y distantes, que le explicaron cuestiones trascendentes.

Por otro lado, el hombre, desde siempre también, hizo uso de la narración, necesitó contar sus experiencias, expresar su sentir, cantar su alegría o su dolor. Entonces, la narración y el mito aparecieron con el hombre, lo acompañaron en su ruta ascendente en el camino del conocimiento, y nunca quedaron fuera de su historia. Por eso, con el tiempo, el mito desaparecería, pero su lugar vendría a ocuparlo la leyenda, esa “obra que se lee”, pero que fundamentalmente, se transmite, de boca en boca, de pueblo en pueblo, de generación en generación.
Y porque esto es así, no hay región donde no haya una historia legendaria, una leyenda típica, que se relaciona con los antepasados del lugar, con hechos verídicos y otros no tanto, en suma, con la idiosincrasia [sic] de cada pueblo y de su gente.
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Nuestra zona no escapó a esta constante, y es por eso que muchas historias de la región alcanzaron el carácter de leyendas, unas muy conocidas. Si pensamos en Cuyo, podemos citar a “La Difunta Correa”, “El Señor de Renca”, “La Martina Chapanay”, para circunscribirnos a narraciones que podríamos llamar “madres”. Pero si bien estas son muy conocidas, en la Zona Este, de la cual intentamos rescatar su historia, la conocida y la no tan conocida, también viven relatos propios, recientes algunos, tanto que aún permanecen en la mente de muchos lugareños, que saben que lo que contamos nació aquí, adquirió vida a través de la creencia firme de algunos, y que, ciertas para unos, absolutamente increíbles para otros, son parte del folk local, porque como alguna vez dijo Don Juan Draghi Lucero “El hombre deja un rastro en la tierra y en el ambiente, que puede ser captado por mentes en vigilia…” Y es, seguramente, la del narrador anónimo y tradicional, la mente en vigilia que capta la de sus hermanos.

Los departamentos del este y un origen común
La historia de los departamentos del este (San Martín, Junín y Rivadavia), tiene un origen común. En épocas pre-hispánicas fueron ocupados por comunidades huarpes que se asentaron en las proximidades del Río Tunuyán y al norte de San Martín.

Se han hallado restos arqueológicos en Los Campamentos, El Mirador, Alto Verde, Philipps, Chapanay y Tres Porteñas. En las primeras épocas de la colonización hispánica, gran parte de los departamentos pertenece a la encomienda de La Reducción.

Propósitos de este trabajo
Interesadas por rescatar la parte legendaria de nuestro patrimonio cultural, nos dedicamos a investigar las narraciones orales, algunas de las cuales conocíamos, para documentarlas, de manera tal que no se perdieran definitivamente. Parte de esa investigación la presentamos aquí.

Nuestro método de investigación incluye fuentes escritas y, fundamentalmente, orales. Entrevistamos historiadores, vecinos y, cuando fue posible, descendientes de los personajes involucrados en los relatos. Por último, recreamos las historias, trasladándolas al terreno de lo ficcional, donde definitivamente, queremos situarlas.

Seleccionamos una pequeña parte del material logrado, que no incluye entrevistas ni registro de datos, solamente la recreación de los relatos, para ponerlo a con sideración del público lector.

La Martina Chapanay
Primera mitad del siglo XIX. Huanacache se encuentra en todo su esplendor. Las lagunas son el centro nuclear de la vasta región que comprende Mendoza, San Juan y San Luis. Ellas ofrecen, orgullosas, la fuente de la vida.
Poco ha, murió Teodora, la castellana, cuya desaparición arrastró de la vida a Juan, el cacique que la adoraba. Dejaron, egoístamente, huérfana a Martina, la bella y dulce niña que demasiado pronto conoce el dolor agudo y lacerante de la orfandad. Sola llega a la mocedad y su belleza se refleja en el amado espejo lagunero, recuerdo de su infancia tan feliz.

Ella es corajuda como el indio que la engendró, el Cacique Chapanay, pero su alma es dulce y piadosa, como la de la bella española que le dio el ser. Así es Martina: coraje y valentía, abnegación y dolor…
Un día, llega a Huanacache un forastero, viajero y cantor de fama, que la enamora y la arrastra consigo a vivir en campo abierto. Con la confianza que inspira el amor Martina lo sigue; Cruz Cuero la deslumbra y a él confía su inexperiencia y su esperanza. Pero el idilio no ha de durar mucho. Cruz Cuero es jefe de una banda de forajidos y ladrones, y en poco tiempo Martina conoce su ferocidad y con ella el desengaño. Cruz Cuero asalta y captura a un viajero blanco y rubio que le recuerda mucho a su madre, y entonces la joven, que ha sentido conmovidas sus fibras más íntimas, implora por él, pero el salteador no escucha, es más, la obliga al homicidio, y al enfrentarse con la férrea negativa de la mestiza la castiga con crueldad. El viajero es muerto y Martina se rebela, abandonando, con la complicidad de una noche tormentosa, al hombre que tanto amara, y emprende el regreso. Ya de vuelta en Huanacache, otro dolor se suma a la desilusión amorosa: sólo encuentra los escombros de los laguneros, que ven penar cerca de ella al Cacique y a Teodora. Pero esto no es todo: la hostilidad de los vecinos la obliga a dejar el pueblo y sus recuerdos. La pobre moza llora su desgracia y se marcha, con su pasado de decepciones y su presente de amargura. Otra vez el desarraigo, la lejanía de sus queridos lares. Entonces se une a las montoneras, mientras su pueblo la despide con odio y fiereza, incapaz de olvidar su pasado.

Pasa el tiempo. Un gaucho errante ejerce la tutela del desvalido por los campos yermos de la travesía. Es Martina, convertida ahora en el ángel custodio de los necesitados: unitarios, federales, proscriptos, perseguidos, perdidos, no importa, se trata de seres humanos en peligro que encuentran en la amazona atrevida y guapa, el alivio para sus males, agua para su sed, pan para su hambre, consuelo para su dolor. Su fama crece con los años, redime sus culpas con un instrumento infalible: hacer el bien. Pero a pesar de todo, no logra ablandar el corazón de “Ñor Félix”, un gaucho que la enamora pero que no puede vencer sus propios prejuicios ni olvidar el pasado de la varonil amazona. La admira, pero no la ama, y a otra mujer une su vida. Nuevamente Martina siente su corazón profundamente herido, nuevamente el desgarro hiende su ser. Entonces es cuando decide regresar a Huanacache, y cuando, en contra de toda previsión se produce el milagro: los pescadores la reciben con fervor; han perdonado su pasado. Y ahora sí puede descansar tranquilamente entre los suyos, y reinar, muy cerca de dos cruces amadas, las que señalan el reposo del cacique y de la española. Se ha convertido en “la santa de la travesía”, porque ya Martina mora en otro mundo, reposa definitivamente, contando a los seres celestiales su historia de errores, sacrificio y abnegación.

Pero las lagunas se secaron, como lo contará Santos Guayama, y frente al dolor del presente amargo y desolador; los laguneros invocan el alma de Martina, a la que piden un canal, un trigal, una escuela y un hospital. Y hoy dicen por allí, que Martina los está escuchando, y poco a poco, en sorbos de esperanza, el agua les está acercando, tendiéndoles su mano, como lo hizo en la travesía, y como señal inequívoca de que también ella los ha perdonado.

Recreación de la leyenda a partir de “La Martina Chapanay” , poema histórico de Julio Fernández Peláez.


La Mariposa de colores
(Leyenda de la zona de Alto Verde, San Martín)

Esta historia, que cuentan los altoverdinos desde hace ya algún tiempo, se refiere a una gran propiedad rural que tenía cerca de 300 hectáreas, y a un deteriorado chalet, donde vivieron los antiguos propietarios.
El “patrón”, don Martín, logró amasar una fortuna. Poseía hectáreas y hectáreas de viñedos, frutales y forrajeras, tierras bien trabajadas y muy ricas al tiempo de producir.

La casa, que tenía sótanos en ocho de sus habitaciones, era la más linda del lugar. Fiestas y reuniones animaban el chalet, y sus dueños eran visitados por gente muy importante.

La fortuna de don Martín crecía y crecía. Ya en el pueblo se rumoreaba con insistencia la certidumbre de que había pactado con el Diablo. Mientras tanto, el hombre solazaba su vista cuando, a bordo de su mariposa(1) de brillantes colores, recorría sus interminables viñedos, viendo tanta y tan valiosa producción como la que sus tierras le prodigaban.

Al morir el terrateniente, el esplendor de su finca se opacó, la casa se fue deteriorando y fue abandonada por los últimos descendientes del hacedor de aquella fortuna que no pocas envidias había despertado. Ahora nadie dudaba lo del pacto, ¿cómo explicar si no tanta bonanza de antaño?

Para terminar de tejer la fantástica historia, dicen los vecinos más antiguos que desde el momento en que se cerró la casa, don Martín aparece guiando su mariposa de intensos y brillantes colores y parece vigilar, como antes, el quehacer de los peones imaginarios en la viña inexistente, y llora, al ver cubiertos de malezas los palos que otrora sostuvieran sus hermosos parrales.

(1)Localismo que designa al carruaje de tiro con cuatro ruedas del mismo tamaño y con asientos laterales para el traslado de personas, puede ser tirado por uno o dos caballos (Fuente: trabajo de campo).


El ánima parada
(Leyenda rivadaviense)

Cuando era niña, solía acompañar a mis abuelos en sus salidas. Un día fui con mi abuela al cementerio de Rivadavia, donde ella visitaría la tumba de su padre. Miraba todo ya que nunca había pisado un cementerio, cuando quedé asombrada ante una tumba llena de objetos que revelaban casi un culto. Detenida ante el panteón allí erigido estaba, cuando una señora de edad se me acercó preguntándome si venía a cumplir alguna promesa. Ante el asombro que me causó la pregunta, la mujer me contó la siguiente historia, que según ella, era la del muerto allí enterrado.

“Corría el año 1906. El 30 de junio, Diógenes Recuero, un rivadaviense de apenas cuarenta y cinco años moría. Luego de las honras fúnebres fue enterrado y su existencia quedó solo para el recuerdo de sus deudos y amigos.
En la década del veinte — según la espontánea narradora – la Municipalidad de Rivadavia solicita la actualización de los contratos de alquiler de los nichos y/o tumbas vencidos. La tumba de Diógenes Recuero se mantuvo impaga, por lo cual sus restos fueron llevados a osario común. El día en que se reduciría el cadáver, el sepulturero se sorprendió al no lograr la partición del mismo. Por más que quiso, no pudo seccionarlo y decidió arrojarlo completo al osario, pero su sorpresa fue mayúscula cuando lo vio caer parado, sin que se desarticulara. Esto, lógicamente, causó conmoción. Al poco tiempo fueron apareciendo junto a la tumba colectiva, velas y ofrendas. El intendente municipal, para evitar la generación de un dudoso culto, decide enterrarlo anónimamente, en un lugar del cementerio que sería ignorado por la comunidad. Pero ante la sorpresa de todo el mundo, al poco tiempo del traslado, aparecen en la tumba, cuya ubicación había sido celosamente guardada, signos del culto que se había manifestado en la fosa común. A corto plazo ya se tejen historias de gracias y favores concedidos por el “muerto parado” como ya lo nombraban todos.

La invocación del “Ánima parada” se fue generalizando, pero el hecho más revelador, aquel que confirma el milagro, es el sucedido un 1º de noviembre, cuando un rivadaviense afincado en el sur, en San Rafael, de nombre raro, viene a visitar las tumbas de sus seres queridos. Al abandonar el cementerio, un vendedor de números de lotería le ofrece un billete, y él, alegremente, lo compra “a medias el Ánima parada”. Al obtener como era de esperar, el primer premio, decidió construirle este mausoleo que estamos viendo y que es el que tanto llamó tu atención. Créeme que aquí nadie duda del poder de este hombre que ha concedido tantos milagros”.

Así terminó su relato esta bondadosa mujer, que con soltura y mucha convicción contó su versión de esta legendaria figura, tan popular en el departamento del este.


La Aparición de “El Moyano”
(Leyenda juninense)

Para entender este relato es necesario saber que en el lugar en que hoy está ubicada la plaza en Junín, estuvo, en los albores de la villa, el cementerio, que fue trasladado al lugar que ocupa en la actualidad, en la época en que se trazó la plaza, década del veinte, y que los difuntos allí enterrados fueron trasladados también.
Corría la década del treinta. El Carril Retamo era una estrecha calle sin pavimentar, bordeada de álamos que durante el día proyectaban una regular sombra de claroscuros refrescantes y protectores pero que durante la noche hacían más impenetrable la oscuridad. Amanecía un domingo cuando varios y conocidos jóvenes regresaban de un baile. Entre sorprendidos y asustados contemplaron la figura de una mujer de blanco, con un velo sobre el rostro moviéndose con suavidad frente a los portones de El Moyano, para después internarse en el cementerio. Huida y desbande. Rumores de que la desconocida era uno de los difuntos de la plaza que no estaba contenta con el traslado de sus huesos, o que esperaba impaciente que llegaran los restos de su compañero. “La mujer de blanco” inquietó a todos en la villa, pocos se atrevieron a dudar de la palabra de varios muchachos que coincidían en la descripción y menos a pasar por el cementerio de noche. Un oficial de policía fue enviado a vigilar el lugar... Los trascendidos dicen que vio al fantasma y que tiró varios tiros al aire... La mujer de blanco no volvió a aparecer.

Los memoriosos aún dudan:
¿Fue una broma para asustar a los noctámbulos o el fantasma se acostumbró al nuevo lugar donde descansan sus restos?


Conclusiones
El haber analizado las leyendas de la región, cuando aún puede rastrearse la génesis de las mismas, nos permite concluir que:
• Nacen en un hecho real, que por diversas causas, toma estado público (despierta el interés de los lugareños).
• Por alguna cuestión fortuita, que puede deberse a las características polisémicas de algunos vocablos, o a alguna otra razón, es interpretada fuera de contexto, cambiándosele el sentido original.
• La imaginación popular se encarga de modificar los relatos con elementos fantásticos.
• La superstición suele añadir su cuota peculiar.
• Finalmente, pasan a ser patrimonio de las comunidades, que se encargan de mantenerlas vivas.
• Constituyen un modo de la cosmovisión de los pueblos, emparentado con la memoria del pasado.
• Son relatos pintorescos e interesantes, como para no perderlos, ya que sirven como modo de acercamiento a los pueblos y sus orígenes.
• Tienen mucho que ver con la necesidad natural del hombre de exteriorizar sus inquietudes, y, fundamentalmente, de “contar”.

Fuentes
Testimonio oral de: Profesor Rayner Gusberti, Blanca Elsa Díaz de Renna, Martha Beatriz Bustos, Vecinos de Alto Verde, Algarrobo Grande y de Junín.

Bibliografía
Crónicas del Terruño Nº 1. Revista del Centro de Integración Territorial. Mendoza, diciembre de 1996.
Cuentos regionales argentinos. La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis. Antología. Ediciones Colihue. Buenos Aires, 1983.
Lucero, Juan Draghi. La cabra de plata. Ediciones Castañeda. Buenos Aires, 1978.
Crónicas del Terruño, Revista del Centro de Integración Regional, 1999, Nº 4, CINTER, Editorial Qellqasqa, Coordinadora Adriana Arpini.

Baulero: Eduardo Paganini
La Quinta Pata, 20 - 05 - 12

La Quinta Pata

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