domingo, 23 de septiembre de 2012

Los huarpes de Cuyo (II)

Salvador Canals Frau

Presentamos la segunda entrega del trabajo antropológico de Salvador Canals Frau dedicado a los huarpes y su cultura. Tarea que tiene cerca de sesenta años y que da muestras del paso del tiempo en el orbe de los estudios sociales, pero que prosigue incólume en contundencia informativa y en rigurosidad metodológica.
Eduardo Paganini

(3) Estilo de Vida
En el momento histórico de la conquista española, los Huarpes se hallaban en pleno proceso de aculturación de la civilización andina. Es decir, que al tradicional conjunto de elementos culturales que por tantos años poseyeran, se iban agregando elementos nuevos procedentes de aquella civilización andina, bajo cuyas influencias habían caído. Así, al llegar a Cuyo los españoles se encontraron con que sus indios hacían vida más o menos sedentaria, cultivaban el suelo, vestían la clásica camiseta andina y poseían cerámica policroma de carácter ceremonial.
Estas y otras cosas referentes a la cultura predominante entre nuestros indios se han podido saber, sobre todo, merced a las constancias que de todo ello nos han dejado las fuentes escritas, en gran parte corroboradas por la arqueología. En primer término, las obras de los ilustres viajeros a que nos referimos antes, Fr. Reginaldo de Lizárraga y P. Alonso de Ovalle. Pero también por numerosos datos aislados, contenidos en documentos que no se escribieron para dar a conocer la cultura de nuestros indios. Especialmente aquellos de origen misionero o judicial.
Que los Huarpes, y al revés de lo que algunos autores creyeran, practicaban el cultivo de la tierra, no hay duda alguna. Es cierto que sólo tenemos datos concretos del cultivo del maíz; pero es casi seguro que también cultivaban otras cosas, como por ejemplo; la quinua. Las alusiones al maíz y a los maizales de los indios se reiteran en la vieja documentación cuyana. Además, está el testimonio de varias mazorcas de maíz carbonizado que hallamos entre los restos de una antigua aldea huarpe, muy probablemente destruida por el fuego.
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Fuera del maíz y de la quinoa que, como se ha dicho, cultivarían también, varios productos agrestes que se encuentran en la región formaban igualmente parte de la alimentación de los Huarpes. Especialmente la algarroba que en época prehispánica era mucho más común en Cuyo que ahora. Con ella hacían el patay y la chicha o aloja. Sin contar, naturalmente, con el producto de la pesca que practicaban en las lagunas, ni con la caza que ya tienen carácter más general.

Entre nuestros Huarpes, las circunstancias que rodeaban las dos últimas actividades tomaban un carácter muy interesante. Por ejemplo, en las lagunas de Guanacache, que antiguamente recubrían una enorme extensión de territorio hoy desecado, se practicaba la pesca con ayuda de una balsa cuyo tipo pertenece a la más antigua navegación que se conoce. Su construcción es simple, ya que sólo consiste en la reunión, mediante fuertes ataduras, de varios haces de tallos de juncos o totora. La balsa toma una forma alargada y está provista de rebordes: se impulsan mediante una larga pértiga que maneja un hombre puesto de pie en la parte posterior. Hace pocos años que esas balsas estaban aún en uso en la misma zona de Guanacache.(1)
En esas mismas lagunas de Guanacache se cazaban también patos acuáticos con una técnica muy antigua, que ha descripto el P. Rosales. Ella consiste en echar calabazos al agua para que floten, y las aves se acostumbren a posarse encima de ellos. El cazador entra al agua cubierta su cabeza con otro calabazo, y como las aves no lo extrañan, puede acercarse a ellas, agarrar una por las patas y sumergirlas rápidamente para que, ahogándola, no grite y ahuyente a las demás.

También es antiquísimo el método de cazar los venados que practicaban los Huarpes. Lo recuerda el P. Ovalle. Consiste en seguir a pie y a un medio trote al animal sin perderlo nunca de vista; sin dejarlo parar para comer o beber, y durante uno o dos días; hasta que el venado, rendido y cansado, permite que se aproxime el cazador.
De la vivienda de nuestros indios sabemos que en las zonas de montaña era de piedra, y de quincha en la llanura. Lo último se deduce de la referencia que hace un misionero a que las paredes eran de “varas y carrizo” en las construcciones indias. Otro misionero habla de “la paja” que servía a tal fin. Y estas viviendas, por miserables que fueran al decir del P. Ovalle, eran muy superiores a los rudimentarios toldos de los nómades Pampas, de sus vecinos por el este.

En la ergología de los Huarpes, sobresalía la cestería y la cerámica. A una y a otra fabricaban de la mejor calidad. Según nos cuenta el P. Ovalle, sabían hacer “cestas y canastillas de varios modos y figuras, todo de paja, pero tan fuerte y apretado que aunque las llenen de agua no sale, y así hacen de esta materia los vasos y tazas en que beben, y como no se quiebran aunque caigan en el suelo, duran mucho”.(2) Hace todavía muy poco tiempo que en el último refugio de los Huarpes, en las mencionadas lagunas de Guanacache, la cestería estaba en gran florecimiento.

En su organización social se destacan también algunos aspectos interesantes. Por ejemplo, practicaban el levirato. Es decir, aquella curiosa costumbre que quiere que al morirse el marido, la viuda y los hijos pasen a depender del hermano menor del fallecido. La primera alusión clara al levirato huarpe se encuentra en una documentación que exhumamos nosotros mismos muy recientemente. Se trata de uno de los numerosos pleitos habidos sobre pertenencia de indios. En el que nos ocupa, el objeto era un indio suelto, al que pretendían dos distintos encomenderos con sus respectivos caciques. El pleito se ventilaba en Mendoza en el año de 1593. Y al ser llamado a declarar el indio en disputa, que se llamaba Pedro Aiguil, expresó que al fallecer, año antes, su padre en una “guazavara”(3) que los indios habían tenido con las huestes de Francisco de Villagra, el hermano de su padre, llamado Achagua, había “heredado su madre por mujer” y en consecuencia, había él pasado, junto con la madre, a poder del tío paterno.(4)

Junto con el levirato, los Huarpes practicaban también el sororato. Se entiende con este nombre la costumbre, igualmente antiquísima, de que al casarse el varón adquiere el derecho de casarse también con las demás hermanas menores de la novia. Y es a consecuencia de esta práctica que varios documentos eclesiásticos cuyanos hacen referencia reiterada al “grave abuso antiguo” de casarse los hombres “con muchas hermanas a la vez”.(5)

No sabemos qué ceremonias practicaban en relación con el matrimonio. Pero conocemos una que ha de referirse a la iniciación de los muchachos. Debemos el relato a un misionero, el P. Domingo González, y pertenece a la región de Mendoza y, aproximadamente, al año 1625. Dice así:
“Los indios entre quienes, estuve se convidan mutuamente a bacanales, y acuden a éstas de varios pueblos. El cacique de la aldea en que se celebra el banquete construye con paja una choza redonda que tiene algunas aberturas. Allí los hombres bailan y beben tres o cuatro días sin dormir. Las mujeres están fuera, y sólo entran con la cabeza vuelta y los ojos cerrados a dar vino a sus maridos; si se descuidan y los ven, son condenadas a muerte, ley que se cumple con tal rigor, que ni el esposo perdona a la esposa ni el padre a la hija. Alegan por causa de esta inhumanidad el que mientras se divierten en danzas y comilonas los mata el diablo si los miran sus mujeres. A sus borracheras asiste el demonio, cuya infernal bestia llaman de esta manera: un anciano rodeado de bailarines toca el tambor hasta que se aparece Satanás en forma de hombre, zorra o perro, con grandes aullidos y no se desdeña de beber; luego dirige un discurso a los congregados; a los niños presentados por sus padres les araña con las garras, y haciéndoles sangre, les inicia en ritos infames. Fuera de esta ocasión quienes desean consagrar sus hijos al príncipe de las tinieblas los llevan a ciertos viejos que les levantan la piel con las uñas y rasgan la cabeza con punzones hasta que derraman sangre en abundancia, la que recogen en la mano y arrojan al aire; luego les obligan a prolongado ayuno, y con esto creen que se robustecen. Adoran al Sol, a la luna y al lucero de la mañana, de los cuales esperan la salud.”(6)

En lo religioso, entre los Huarpes aculturados del tiempo de la Conquista existía una divinidad central que ellos llamaban Hunuc Huar. Suponían que moraba en la Cordillera, y era temida, respetada e invocada en sus necesidades. Sobre todo al atravesar la montaña, solían ofrecer al “falso numen” como le llama el P. Valdivia, productos naturales, como ser maíz, chicha, plumas de avestruz y otras cosas. Genios menores del panteón huarpe eran el Sol, la Luna, el lucero del alba, los ríos y los cerros.
Los muertos se enterraban en posición alargada y con la cabeza dirigida a la Cordillera, que es donde moraba el Hunuc Huar. Junto al cadáver se depositaban sus objetos personales y, además, alimentos como maíz y chicha que debían servir a los muertos de provisión para su viaje hacia el más allá. El entierro se verificaba con cantos y danzas, a los que seguía una gran borrachera. Los parientes observaban duelo, el cual consistía en pintarse la cara y estarse algún tiempo sin lavársela.

(1) Zamorano M., Las desaparecidas balsas de Guanacache (1951)
(2) Ovalle A. De, Histórica relación, etc., pág. 176.
(3) Probablemente del taíno, ‘guerra’, ‘levantamiento armado inesperado o espontáneo’. [NE]
(4) Canals Frau S., Un interesante pleito, etc., pág. 132.
(5) Canals Frau S., Los Huarpes y sus doctrinas, etc., pág. 89.
(6)Techo N. Del, Historia de la provincia, etc., tomo III, pág. 167 siguientes.


Las poblaciones indígenas de la Argentina: Su origen, su pasado, su presente , 1986, Hyspamérica Ediciones Argentina. SA., Buenos Aires, Cap. II; Biblioteca Argentina de Historia y Política, Colección dirigida por Pablo Costantini. Primera edición: Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1953.

Baulero: Eduardo Paganini

La Quinta Pata

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