domingo, 11 de noviembre de 2012

Vida, usos, costumbres y sitios en la Mendoza de barro

Un libro de memorias nos posibilita esta vez evocar la cotidianeidad de Mendoza en la bisagra del siglo XIX y XX. Su autor, un inquieto cuyano que se recibió de maestro normal y posteriormente de doctor en derecho en Córdoba, don Hilario Velasco Quiroga es nuestro guía en este viaje virtual. Con respecto a la edición avisamos que hemos modernizado la tildación en algunos casos (el diptongo ui) y el uso de mayúsculas en los meses puntos y cardinales (donde además se actualizó la convención de sur por Sud). Esta divulgación se posibilita merced a la colaboración atenta de la Biblioteca Mirador de las Estrellas de Tupungato.
Eduardo Paganini

Hilario Velasco Quiroga

La Plaza Mayor
A unas cuatro cuadras de mi casa nativa, se ubicaba la Plaza Mayor y que también en algunas crónicas de la época, se llamó Plaza de Armas.
En el momento actual los límites son: por el norte: calle Beltrán; por el sur: calle Alberdi; por el este: calle Videla Castillo y por el oeste: calle Ituzaingó.
La principal avenida que daba acceso a la Plaza, corresponde en la actualidad con la calle Videla Castillo lo que se explica porque la prolongación al noreste de esta arteria conducía a la calle de la Cañada, en parte hoy, Coronel Díaz y fue la principal ruta transitada por San Martín y la gente de su ejército, desde el Plumerillo a la ciudad Capital.
En mi niñez frente a la plaza y hacia el este, calle Videla Castillo de por medio, noté la presencia de escombros y parte de la construcción que correspondió al antiguo Cabildo. En ese predio hasta el año 1923, pisó el Matadero Municipal.
En la parte habitable vivía un señor de apellido Elgueta y la construcción denotaba —a pesar de lo derruido— un aspecto señorial con una puerta angosta guardada por barrales de hierro forjado y dos ventanales que se adornaban con el mismo tipo de artesanía.
Todo ello era testimonio auténtico de una estructura monumental.
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En nuestros días a la vera de la puerta principal del edificio emplazado con frente a la calle Videla Castillo, en un pequeño monolito, se recuerda que se trata de un solar histórico, en tanto en él funcionó el Cabildo.
En el bronce se menciona la gestión que en su hora realizó la Asociación Damas Pro Glorias Mendocinas y por mi parte debo agregar que no fue ajena a la inquietud la Junta de Estudios Históricos que a solicitud de autoridades de la Nación y de la Provincia, emitió un informe sobre la ubicación del antiguo Cabildo (1).
Frente a lo que fue la portada principal, cruzando la calle Videla Castillo hacia la plaza, según tradiciones de fundamental valor histórico, se consumó en el año 1835 el fusilamiento del Coronel don Lorenzo Barcala, guerrero de la Independencia, más conocido por el negro Barcala (2).
En el otro rumbo, a una cuadra de la plaza Mayor, se levantaba el Convento de San Agustín. Hace algunos años, una ola de modernismo con el pretexto de que las ruinas amenazaban derrumbarse, se dispuso la demolición.
Muchos fuimos los que nos enrolamos en la campaña de resistencia, al sostener que esas ruinas importaban una página de historia y un testimonio de lo que fue la catástrofe del 2 de marzo de 1861.
Tiempo después “el progreso que se alimenta de recuerdos”, demolió todo lo que fueron los restos de la vieja construcción y menos mal que se salvó el terreno y en él se construyó la Escuela Mariano Moreno.
En la esquina misma de la calle Beltrán —antes General San Martín— e Ituzaingó se encuentra aún en nuestros días en regular estado de conservación algunos testimonios de lo que fue el Convento de San Francisco.
Con respecto a estas ruinas, triunfó nuestra tesis y se le agregaron algunas obras de sustentación para evitar el deterioro.
Cuando más adelante se describa lo que fue el terremoto de 1861 (3), según el relato vivo de doña Práxedes Dávila, que salvó la vida milagrosamente, volveré con algunas referencias sobre las ruinas de San Francisco.
De la plaza al SUR, calle Cuyo, hoy Alberdi de por medio, como también de la plaza al norte, calle Beltrán de por medio, sólo hay referencias que han llegado a nosotros en forma oral de las principales construcciones hoy desaparecidas o transformadas.


No hay duda que hacia la época de mi niñez —la plaza que era conocida por plaza del Matadero— continuaba siendo un importante centro de actividad comercial.
Luego del terremoto de 1861, cuando la ciudad debía reconstruirse, terminada la gran polémica sobre la ubicación y que lo fue en definitiva en tierras que correspondieron a la Hacienda de San Nicolás, y diseñado el casco urbano en forma de damero con el parque de la Independencia en el centro, con una igual distancia se ubicaron en el plano: sudoeste la Plaza Italia; al sureste la hoy Plaza España; al noroeste la Plaza Chile y noreste la Plaza Cobos, también llamada Plaza del Reloj y finalmente Plaza San Martín (4).
La Plaza Mayor o del Matadero y su vecindario empezó a perder importancia y su barriada integró lo que hoy se llama la ciudad vieja.
De todas maneras quedaban dentro de la zona un lugar de esparcimiento y de recordación histórica: El Paseo de la Alameda.

LA ALAMEDA
Adornado este paseo por verdaderas trincheras de carolinos, que databan de la época de San Martín, unían sus copas en forma de túnel. Se extendía desde lo que resta de la plazoleta de la Pirámide en calle Córdoba hasta Ayacucho.
Lo que constituye lo más importante de la Avenida San Martín era prácticamente un cauce de creciente con el canal Tajamar que corría de sur a norte, en parte por lo que hoy es calle Primitivo de la Reta, cruzaba la calle Paraná y se perdía en un túnel por debajo de la actual empresa Ford, para reaparecer nuevamente en calle San Martín al aproximarse a San Luis.
De ahí en adelante el enorme cauce del Tajamar estuvo por mucho tiempo al descubierto y el cruce en calles perpendiculares se hacía por los puentes de cal y canto construidos “en la época de los españoles”.
En el rumbo este y casi adherido a la línea de edificación, desde calle Córdoba al norte, derivaban las aguas del Tajamar Chico. Uno y otro alimentaban el poder motriz del molino de Mota.
La Alameda constituía el principal paseo público de la ciudad y a todo lo largo, a falta de buena pavimentación, estaba cubierto por una capa de greda endurecida, que cumplía sus funciones. En otros tramos aparecía el ladrillo cocido.
Un poco al sur de la glorieta construida para que se ubicara la banda de música y por la otra margen, todos teníamos informe, sobre el Solar Histórico Sanmartiniano.
En forma concreta estaba indicado con la presencia de una gran rueda de molino, labrada en granito, y que según las referencias sirvió para convertir el trigo en harina y brindarla al Ejército de los Andes.

Durante muchos años una parte del Solar Histórico estuvo en estado de abandono. Los muros del cierre derrumbados y en el otro sector uno que otro comercio de inferior categoría.
Vinieron tiempos nuevos y con un evidente sentido patriótico, se pensó en recuperar la posesión del inmueble para erigir en él, el edificio de la Biblioteca Pública, que tendría por Patrono al héroe epónimo de los argentinos, General don José de San Martín.
En el viejo local de la Biblioteca, se desempeñaba en las funciones de Director, el señor Fernando Horacio Puebla y tocado en su fibra patriótica, no pudo contemplar impasible el deterioro conceptual al que se asistía al darle un destino de inferior jerarquía, nada menos que al Solar Histórico.
Se empeñó ante las autoridades hasta obtener la expropiación de las tres fracciones que integraban el predio original y superada esta etapa, no fue ajeno a la labor de la Dirección de Arquitectura, para dar forma definitiva a la idea.
Sobre terreno propio —que nunca debió salir del dominio histórico de la provincia— se levantó en definitiva el nuevo edificio para la biblioteca y un anexo para el funcionamiento del Museo Histórico General San Martín, que atiende encariñada la Asociación de Damas Pro Glorias Mendocinas.
Cuando todo estaba terminado, incluso se amobló el local, se produjo lo de siempre.
Al señor Puebla se le dieron las gracias por los servicios prestados y se lo sustituyó en la Dirección de la Biblioteca.
Creo que para el acto inaugural, se le hizo llegar una invitación…
Mucha es la transformación que se ha operado en distintos períodos que fueron cambiando la fisonomía para hacer de la Alameda un paseo suntuoso, ya que desde el siglo anterior venía cargada de grandes recuerdos.
Se le agregaron algunos canteros para que los vecinos —y así hicieron con mucha devoción— cultivaran, algunas variedades de flores.
Eso ayudó a restituirle la jerarquía, sin quitarle lo tradicional.
Desde principios de siglo se instituyó la buena práctica de las retretas en las tardes o noches del jueves y domingo de cada Semana.
Fueron de nombradía. Cientos, por no decir miles, de vecinos de la ciudad y de los alrededores, sirviéndose del tranvía, concurrieron para escuchar los conciertos que cobraron jerarquía al finalizar la segunda década de este siglo, con la incorporación como Director de la Banda de Policía, del recordado maestro don Felipe Coleccia.
Con igual ritmo, continuaron las retretas amenizadas por la Banda, bajo la batuta del aplaudido maestro, don Fidel María Blanco.

El Alumbrado Público
La plaza Mayor se encontraba iluminada por ocho faroles a kerosene a lo largo de sus cuatro rumbos y otros tantos, armónicamente distribuidos en su interior.
Emulado el vecindario de las calles Maipú y Beltrán hacia la Avenida San Martín, extendieron la iluminación mediante el mismo sistema, que luego continuó por el paseo de la Alameda. Un farol en cada esquina y otro a media cuadra en forma de zig-zag, en noches de fiestas, proyectaban luz y alegría.
Según referencias de la época, al inaugurarse el servicio de iluminación, por tratarse de un acontecimiento importante, se celebró con fiestas oficiales y privadas.
De todas maneras la iluminación fue apenas un símbolo, porque al soplo del viento se apagaban todos los faroles y el vecindario quedaba envuelto en la noche.

El Farolero
Poco después de la puesta del Sol se producía el encendido de los faroles y en ello participaba un personaje por todos conocido y que ya pasa a ser un recuerdo: El Farolero.
Se lo esperaba venir con la escalerilla al hombro. Un paño para la limpieza y con un cubo de kerosene. Desde el interior de la plaza, marchaba encendiendo los faroles.
En el primer momento su marcha era lenta y la aceleraba al entrar la noche.
Hacía un trabajo modesto, pero aplaudido por el vecindario.
El farolero era un hombre alegre y se desplazaba cuando era necesario con suma rapidez.
Aún se recuerda la cantinela:
Yo soy el farolero,
de la puesta del Sol
Pongo la escalera,
y prendo el farol.

El recorrido no era muy largo, de modo que al cerrarse la noche, el farolero había cumplido sus funciones, que reiteraba al día siguiente con la tarea de cargar kerosene en el depósito de los faroles y limpiar los tubos.
Nuevo Sistema de Alumbrado
A poca distancia y en un tramo importante de la ciudad desde la Pirámide hacia el sur y probablemente hasta la actual calle Buenos Aires, se instituyó bajo la maravilla de entonces con el pico de Bunsen, un nuevo sistema de iluminación.
Enorme gasómetro instalado a la vera del zanjón grande, entre las calles hoy Lavalle y San Luis, hicieron posible que mediante una red de distribución una buena parte de la ciudad quedó iluminada a gas.
Hasta hace cuarenta años, se conservaba en calle San Martín frente a lo que es hoy casa Larraya, algunos postes de hierro fundido, que constituyeron el soporte de los faroles Bunsen, que por supuesto un nuevo farolero, ya un poco tecnificado, encendía y apagaba de acuerdo a las necesidades y producción de gas.
Un poco más adelante, y ya gran parte de la ciudad de Mendoza, quedó envuelta en una atmósfera luminosa.
Se tendieron las redes de distribución del fluido eléctrico. En la intercepción de cada calle que cortaba a San Martín, primero, y luego en las laterales y a mayor distancia, pendían sobre el eje de la calle, grandes globos opalinos que mediante el sistema ideado por Volta proyectaban una luz brillante, un poco azulada.
En su hora importó un progreso extraordinario, con su nueva técnica, si bien con la incomodidad de que diariamente, mediante el procedimiento de rondana, los nuevos faroleros tenían que descender el farol para cambiarle los electrodos o los carbones, que al ponerse en contacto los polos negativo y positivo, proyectaban la chispa continuada que se traducía en luz.
Gran parte de nuestra generación debe tener un recuerdo vivo de esta gran conquista, que en realidad hizo posible la vida nocturna.

(1) Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, pág. 269, segunda época. Nro. 5. Estudio del autor.
(2) Perfiles, T. II, pág. 34, obra del autor.
(3) “1961” en el original, evidentemente una gruesa errata. [NE]
(4) La actual Plaza Italia, se conoció originariamente por Plaza Lima


Baulero: Eduardo Paganini

Mi vida en el recuerdo, 1973, edición del autor, impreso en los Talleres gráficos del Círculo de Periodistas de Mendoza.

La Quinta Pata

1 comentario :

Anónimo dijo...

es una basofia dije costumbres y me vienen con estoooo basuraaaa

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