domingo, 14 de abril de 2013

De memorias y testimonios

Hugo De Marinis

El viernes 5 de abril el Centro de Estudios del Testimonio y la Memoria celebró en la universidad Wilfrid Laurier su inauguración oficial. Para la ocasión el Centro invitó a David Caron, un profesor de Michigan, que vino a exponer sus indagaciones sobre memorias de la sobreviviente de Auschwitz, Charlotte Delbo (1) (1913- 1985), y algunas secuencias que el académico estadounidense presenció y sobre las que luego discurrió respecto a cómo los neoyorquinos testimoniaron su duelo por los atentados a las torres gemelas en 2001.

De las especulaciones del académico, dignas de la más sobria atención, no sabía mucho, por lo que no me referiré tanto a su contenido aquí, sino a la insistencia del expositor y, ya al lugar común en los estudios el testimonio, en su imposibilidad y esencia fallida. Hay que destacar la impresión que su modo de exponer provocó en la audiencia, una veintena de personas arrimadas al evento, cada una especialista en su coto precioso y vedado. Se sabe que las conferencias proponen por regla expandida y general lecturas monocordes, en las que prevalece el hacer atravesar lo investigado por el tamiz de los textos canónicos, con alarmante escasez de cosecha propia. Se suceden así ristras de lecturas que terminan poniendo en cuestión el norte de expandir el conocimiento. En su lugar se propagan bostezos desnaturalizados y repeticiones onerosas y carentes de gracia.

Pero no hay que abusarse con la última oración del párrafo precedente: el conocimiento no es fácil, requiere reflexión, esfuerzo y paciencia. Echarse una puteada en medio del discurso (como hizo este hombre) y tener talento de histrión resulta novedoso pero ¿es suficiente?, ¿lo único válido? En fin, el exabrupto y la capacidad actoral, no zanjan el problema; admitamos que para dar con el balance adecuado se necesitaría discurrir una eternidad o eliminar las conferencias de la faz de la tierra. Caron, así y todo, logró penetrar los espacios – no voluntaria pero sí virtualmente cerrados – de especialización de los escuchas y dio pie a interrogantes de utilidad para cada caso: desde los que se ocupan de la memoria omitida de los pueblos originarios en Norteamérica hasta los que se dedican a lidiar con traumas de niños refugiados, testigos de las atrocidades, pasando por el horror de la Shoá, el universo concentracionario, la guerra civil española y cuanto otro sufrimiento humano traumático haya ocurrido.
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Fue alrededor de los matices del sufrimiento humano sobre lo que se terminó debatiendo y acordando para proyectos futuros. Vuelta entonces aquí a un aspecto – no el determinante de la exposición – que me importunaba sin tregua durante su trascurso: la aceptación de las imposibilidades de rendir la verdad con el testimonio, su fracaso para alcanzar lo verdadero que conlleva la práctica del género. ¿Qué significa esto? Caron, al hablar de Delbo comentaba con naturalidad que lo narrado por ella llega hasta cierto punto, después del cual los lectores se encuentran impedidos de captar las palabras en su dimensión entera, ¿en su interés (de los lectores) por saber?, ¿en la empatía absoluta con el damnificado? Como si la autora, a propósito, impusiera el límite: “hasta aquí pueden saber”. El resto es intransferible e inapropiado pretender apropiárselo: la experiencia es intransferible, la memoria es intransferible. El significado puede ser lo anterior, o que el tamaño del sufrimiento o el trauma resulte tan arduo de explicar que una manera de honrarlo sería reconocerle su indecibilidad (2).

Una profesora de las ciencias sociales preguntó precisamente a Caron cómo podría honrarse a las víctimas o al menos cómo no ubicarlas en el irrespetuoso ámbito de lo exótico. Preocupada por una posible – aunque no deseada – trivialización del dolor que no se conforma con lo que se entendería como fríos devaneos epistemológicos, a la profesora de inmediato se le adivinó su voluntad de intervención. El dolor de una comunidad por una catástrofe sangrienta producto de aberraciones masivas cometidas por el género humano se consideraba más o menos exótico para los neoyorquinos antes del atentado a las torres. Las torres hicieron que lo exótico se convirtiera en propio y de alguna manera de eso fue de lo que habló Caron. Lo exótico en casa, que de todos modos no deja de ser exótico. De ahí la inquietud de la profesora: la necesidad de intervención en lo que pasó – genocidios, Holocausto, delitos de lesa humanidad, etc. – para prevenir, reparar y, sin olvidar, honrar.

La voluntad de intervención es cara hoy para los militantes de la memoria en América Latina. Hay centros de estudios muy atractivos, pero en la región la cuestión de la memoria está todavía en juego, es un bregar cotidiano donde participan literatura, filosofía, estudios culturales y otros. También, y en gran medida, la política partidaria y la que no lo es, los organismos de derechos humanos, la jurisprudencia, los testigos y sus relatos, la militancia. Sus propósitos los constituyen la cesión de la voz – si bien montada y mediada – a los que la perdieron o no la tuvieron y la infatigable búsqueda de la develación de una verdad escondida adrede que busca redundar en reparación de injusticias inconmensurables. Así de elemental y claro. Con elucubraciones refinadas o no y al mismo tiempo, pulidamente difusas, ricas pero inopinadamente des-comprometidas. El testimonio latinoamericano todavía se lleva a cabo y aporta la militancia – a menudo desdeñada por los especialistas – a estos estudios, a la manera de Walsh y con los mecanismos del género: jugarse investigando, denunciar, solidarizarse, hallar verdades e intervenir con fuerza en los avatares diarios que depara la realidad.

Notas:
Centro de Estudios del Testimonio y la Memoria
(1) Disculpas por la liviandad del link. De todos modos funciona como enciclopedia práctica y amable.
(2) En un librito La transmisión del conocimiento (2004), en el que se vuelcan discusiones de intelectuales argentinos sobre la transmisión, Ricardo Forster se queja de que en medios académicos se explica todo con la fórmula foucaultiana “saber-poder”, sin aproximarse críticamente al pensamiento de Michel Foucault. Horacio González le responde que esa fórmula debería “no usarse por dos años” (pág.50) (en alusión a la escandalosa frase del sindicalista Luis Barrionuevo: “En la Argentina hay que dejar de robar por (…) dos años”). La sugerencia de González aplicaría también a los congresos sobre el testimonio en eso de que su esencia “no puede rendir la verdad o que representa la inmanencia de su fracaso”. La fórmula debería dejar de usarse no por dos, sino por cincuenta años, a menos que se esté dando una clase a estudiantes que jamás hayan escuchado del tema.

La Quinta Pata

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