domingo, 17 de agosto de 2014

La receta

Ricardo Nasif*

Ya está absolutamente claro, la última dictadura fue militar y civil y el genocidio la condición necesaria para aplicar las políticas contra el pueblo que demandaba la globalización neoliberal.

En uno de los rostros de la moneda Jorge Videla, en el otro, José Martínez de Hoz. En 1976, apenas asumido como Ministro de Economía, el representante de facto de la oligarquía agroganadera anunció por cadena nacional el "Programa de recuperación, saneamiento y expansión de la economía aprobado por la junta de gobierno" y las "normas de aplicación inmediata" para impulsar "una economía de producción". O dicho de otro modo: la ruina de los trabajadores.

“Tengo el propósito de ahora en más de no hablar del pasado sino en la medida en que sea necesario para sacar determinadas enseñanzas. Debemos mirar hacia el futuro para construir todos juntos la grandeza del país” , dijo entonces mesurada y pausadamente Martínez de Hoz, en un discurso basal de la larga doctrina sobre el olvido, tan cara a la derecha asesina.

El presidente radical Raúl Alfonsín, en la década siguiente, dio el paso gigantesco de promover la memoria y la verdad, con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) mediante, y la justicia, llevando al banquillo a las juntas de genocidas. Luego vinieron las contramarchas: reafirmación de los dos demonios, punto final y obediencia debida. En fin, impunidad.

Entretanto, la economía neoliberal siguió calando hondo. Después de ir y venir y bandear de izquierda a derecha, Alfonsín llegó al punto de anunciar en 1985, en un discurso encendido por su retórica avasalladora, los peores fastos sin siquiera un bello en la boca. “¡Ajuste!” propaló a los cuatro vientos: “…esto ha de lograrse a través de un ajuste, que va a ser duro y que va a demandar esfuerzo de todos…”. Y por si hicieran falta mayores precisiones le puso un título: “¡Esto se llama economía de guerra!”. A buenos sufridores, pocas palabras.

Tampoco se estuvo con muchos eufemismos el presidente justicialista Carlos Menem en la década posterior. El mismo día de fines de 1989 en que anticipadamente gritó el ¡sí, juro!, prometió a Washington rogando con el ajuste dando. “Cirugía mayor sin anestesia” vaticinó el riojano y no mintió ni un tantito. Durante su gobierno –que indultó a los genocidas-, se aplicó como nunca antes, así en estado de plena consciencia y dolor, el más ortodoxo prospecto neoliberal, hundiendo aún más el bisturí de Martínez de Hoz, con el pulso para nada tembloroso del cirujano mayor Domingo Cavallo.

Barranca abajo a fin de siglo, la Alianza encabezada por el presidente radical Fernando de la Rúa, con el mismo recetario que dejó agonizante a la clase trabajadora, aplicó las últimas dosis de la “miseria planificada” (Rodolfo Walsh dixit). Un capítulo memorable del paroxismo neoliberal en esta etapa lo sintetizó el breve Ministro de Economía Ricardo López Murphy, quien apenas asumido anunció por cadena nacional una reducción del gasto público de 800 millones de pesos, sobre todo en “gastos irritantes por la persistencia de privilegios intolerables”, como gastos en ANSES, es decir eliminación de pensiones graciables y eliminación de “abusos en asignaciones familiares” –sí, vuélvase a leer: ELIMINACIÓN DE PENSIONES GRACIABLES Y ASIGNACIONES FAMILIARES-; becas otorgadas por legisladores nacionales y “gastos de la política” (Nota del autor: todas las bastardillas corresponde a textuales de Murphy). Ah…, y apriete fiscal en el presupuesto de las universidades públicas. Después, nuevamente la clínica del Dr. Cavallo, represión y helicóptero.

En suma, “la liberalización de las fuerzas productivas de la dictadura cívico-militar, la “economía de guerra” de Alfonsín y la “convertibilidad” de Menem-Cavallo-De la Rúa-Cavallo son distintos capítulos coherentes, en más o en menos, de la sumisión al invisible dios mercado, que implicó, como señala la doctora en economía Noemí Brenta,: “…desregulaciones, privatizaciones, flexibilización laboral, apertura comercial y financiera, descentralización de la educación y la salud, financiamiento del déficit fiscal en los mercados internacionales, delegación de la soberanía en temas del comercio exterior y de las inversiones a través de tratados bilaterales; pérdida de control de los recursos naturales, como los hidrocarburos, y anulación de la política monetaria…”

Algunos resultados: la mitad de la población en la pobreza y la indigencia. Desempleo de dos dígitos desde 1994 (20% en 1995; 19% en 2001; y 22% en 2002). Caída de 20 puntos porcentuales en el PBI entre 1999 y 2002.

Hace diez años, con la autopsia ya confirmada, el FMI emitió un documento -“Las lecciones de la crisis argentina”- en el que reconoció cierta “autocrítica” (el entrecomillado es del autor) en el fracaso de sus políticas con relación a nuestro país.

Según el FMI, instigador de todas las intencionales malas praxis, “…el costo de la crisis podría haber sido atenuado si Argentina hubiera encontrado una manera, con anterioridad, de reestructurar su deuda...”; “… las proyecciones de crecimiento para Argentina durante los ’90, por parte de las autoridades, el Fondo y los agentes del mercado, fueron demasiado optimistas... Estos pronósticos reflejaban una lectura demasiado esperanzada sobre el impacto de las reformas estructurales (privatizaciones, apertura comercial, desregulación financiera) adoptadas a principios de la década así como también de las reformas a implementar en el futuro”; “…la mayoría de los indicadores que podían mostrar dificultades no lucieron alarmantes hasta que la situación se deterioró sin retorno.”

No obstante el mea culpa, para el FMI el finado no murió por la medicación sino por la mezquindad en su suministro. O sea, como señala el propio documento del Fondo: “ …las autoridades no pudieron implementar el gran ajuste fiscal que hubiera sido necesario para contrarrestar la dinámica negativa de la deuda” y “… las reformas en el mercado laboral implementadas durante la primera mitad de los ’90 no introdujeron suficiente flexibilidad para permitir a la economía ajustar ante los shocks”.

Afortunadamente, en el 2006 el gobierno del presidente peronista Néstor Kirchner, el mismo que impulsó los mayores avances de la democracia en materia de derechos humanos, canceló la deuda con el FMI, concluyendo con casi 50 años de dependencia económica respecto del Fondo y con 30 años de sobredosis neoliberal.

Ocho años después, el candidato a presidente Mauricio Macri propone primero pagarle a los buitres al contado sin protestar y después vemos como hambreamos al pueblo; al candidato a presidente Sergio Massa se le ocurre achicar el gasto público arancelando las universidades; el candidato a presidente Julio Cobos considera que sería mejor que el capital privado y no YPF controlen los hidrocarburos; la candidata a presidenta Elisa Carrió se inclina –hoy- por la vuelta lisa y llana al FMI –mañana no se sabe- y el candidato a presidente de la socialderecha Hermes Binner aún confía en las bondades de la mano invisible del mercado.

Lo único que faltaría es que el Dr. Cavallo viniese a Mendoza a darnos una conferencia magistral para explicarnos como reactivar la economía con la vieja receta podrida del FMI.

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La Quinta Pata

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