domingo, 31 de agosto de 2014

Una sociología activa y experiencial

Rolando Lazarte

Dicen que en la lápida de la tumba que guarda los restos mortales de Karl Marx, el genial judío que escribió El Capital –entre muchas otras obras valiosísimas y muy actuales-- están escritas estas palabras: “Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo. Es hora de transformarlo”.

Yo pasé muchos años de mi vida estudiando la sociología, y muchos más tratando de practicarla, a mi modo. La convivencia con la llamada “comunidad académica” me fue enseñando muchas cosas, entre las cuales, cómo es difícil coexistir con quien piensa, siente y actúa de maneras muy diferentes de las nuestras.

Sin embargo, es un ejercicio inevitable, no sólo en el medio científico y profesional, sino también en toda otra actividad social. Lo que hoy rescato de más valioso de ese tránsito, voy a tratar de resumirlo en pocas palabras. Creo que me puse a estudiar sociología en buena medida por influencia de mi padre Omar, que es hijo del sociólogo Juan Lazarte.

Hubo también otras varias fuentes que me parece que confluyeron para traerme a este espacio de interpretación y de acción. Una de ellas, el especial clima que se vivía en la Argentina de los años 1960 y 1970, en el que pululaban ansias de cambio social en el sentido de la libertad, la justicia y una forma de vida más igualitaria.

Otra, no menos importante, mi necesidad personal de integrarme socialmente a la ciudad de Mendoza, a la que había llegado casi como un extraño, después de varios años de internado en un colegio en las sierras de Córdoba. Tenía que encontrar mi lugar entre los jóvenes y las jóvenes de mi ciudad natal, superando las barreras de una educación que había dificultado bastante mi asimilación al medio social.

Todo esto lo digo para ir situando el sentido y el foco de estas reflexiones. Mis estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Cuyo, ciertamente me ayudaron a integrarme con la gente, en la medida en que había tareas comunes, convivencia, y un ejercicio muy valioso de práctica social y política con mis colegas estudiantes, que nos llevó a salir de los muros del academicismo para sumarnos a la movilización colectiva.

Creamos una carrera de sociología orientada a la acción transformadora, que suponía un trabajo junto con los sectores populares. El golpe militar de 1976 y la subsecuente dictadura pusieron fin a esta experiencia. Tuve que exiliarme en Brasil, como tantas otras personas. Allí conseguí terminar mis estudios y empezar a trabajar en mi área profesional. Investigación, docencia, publicaciones, congresos.

Los años pasaron y hoy participo de una acción ciudadana nacida en el noreste brasileño: la Terapia Comunitaria Integrativa, creada por el Dr. Adalberto Barreto, médico psiquiatra, teólogo y antropólogo, profesor de la Universidade Federal do Ceará. Esta tecnología de cuidado, que está basada en la pedagogía de Paulo Freire, posibilitó mi reencuentro con mi vocación original: una acción transformadora que humaniza, horizontal y circular.

Aquí voy superando las alienaciones intelectualistas que medran no sólo en la universidad, sino también en los medios de comunicación, desde los cuales se propagan valores e ideas excluyentes y reproductores de la dominación política y social. La Terapia Comunitaria Integrativa actúa en el sentido de la recuperación de la persona humana, creando y fortaleciendo vínculos sociales positivos, disolviendo la anomia y la alienación.

Promoviendo la autoestima de los sectores más vulnerables, en una interacción entre el saber popular y el conocimiento científico. Creando ciudadanía en la base de la sociedad. Es una forma activa y práctica de acción sociológica. Una sociología que sale de los libros para venir a lo cotidiano, a la familia, a las redes sociales.

La Quinta Pata