domingo, 19 de octubre de 2014

Leyendas urbanas mendocinas

Alberto Atienza

Las leyendas nacen, se reproducen y mueren. Igual que sus creadores. Lo ideal es cortarles ese antojo que tienen de vivir sus breves o largas vidas en la oralidad. Hay que atraparlas de un ala (Suelen tener forma de pájaros) extraerlas de ese ciclorama que ellas mismas arman, de puro aire bajarlas al teclado y de ahí empujarlas con suavidad (tienen consistencia de etéreas aves) a la pantalla. Y por si fuera poco, después envasarlas en papel. No es una irreverencia ni un acto de crueldad. Es un salvataje, para que, sin darse cuenta, no entren en el cielo del olvido, ese cielo lleno de flores plásticas. Son esas que una vez alguien colocó en la tumba de un ser querido y no volvió más. La ofrenda perdura, porque es sintética. Superan en permanencia a las otras, las naturales, que se marchitan y en ese irse lanzan un último aliento de perfume, que es un lamento.

Por eso esto no es un sacrificio de leyendas sino la instalación de las mismas en ojos de la imaginación. Continuarán vivas para siempre. Por lo menos es lo que ellas, como toda mujer (son femeninas) desean: ser atendidas por los siglos de los siglos. Y todavía más.

Y adelante con los faroles.

La tribu de los Pies Redondos

Dicen que los Pies Redondos nacieron de la conjunción de vapores de plomo y leche de vaca. El descenso de los vahos malignos de ese pesado mineral, llevado a su punto de ebullición, La unión, con la alba y alimenticia bebida, producía, ahí no más, un Pie Redondo con todos sus atributos. El escenario de ese prodigio, similar al inexplicable fenómeno en la Edad Media de los sapos que gestaba el agua de lluvia, el lugar, la neonatología de los Pies Redondos, eran los antiguos talleres tipográficos de un gran diario de Mendoza. Ahí reinaban las linotipos, acaso las máquinas más atractivas del mundo. Unas barras de plomo, de unos 30 centímetros, colgaban de una cadena sobre un crisol horizontal que a la vez funcionaba como envase. El operador de ese artilugio de la ciencia, sentado frente a un teclado similar al de las Remington de escribir, copiaba un texto que tenía adosado frente a él en un papel iluminado por un clásico foco. Cuando completaba una línea de escritura, oprimía un disparador y por un conducto bajaba el plomo derretido color plata y se vaciaba una medida cantidad sobre tipos movibles: lo agregado por el linotipista. Descendía, rápidamente, por un pequeño tobogán, la línea terminada. Y caía en continuidad con el paso anterior. Así se iban conformando las “galeras” mesones llenos con notas terminadas en plomo. Fueron fundidas al revés. Se enderezaban, por así decirlo, cuando luego de otras etapas, imprimían las páginas de los diarios. Había dos maneras de llegar al contenido de las “galeras” aprendiendo a leer para atrás, algo nada fácil, o colocando un espejito ante las filas de pequeñas letras Cuando un gráfico veía a un periodista con parte de una polvera de su abuela en el afán de descifrar la página de “Policiales” se reía mucho.

En los rincones del inmenso taller estaban las jarras con leche, para que bebieran los linotipistas, tipógrafos (los que armaban las planas) los regentes, mecánicos y correctores.
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Se creía, erróneamente, que la leche impedía que los obreros contrajeran saturnismo, intoxicación con plomo, una enfermedad que empezaba con la locura y traía en poco tiempo a la muerte. Lo que pocos sabían era que el plomo gasificado, volátil, se lanzaba contra la blanca bebida y la fecundaba Un hombre lleno de humanidad, Ovidio, un, sindicalista combativo, se apiadaba de los Pies Redondos que abandonaban las jarras con vagidos y sacudiendo sus cabezas que lanzaban leche por oídos, orejas y bocas. Sumaban escupitajos de plomo casi incandescente y algunas arcadas con profusión de nubecillas color añil. Ovidio, romántico incurable, oficiaba de comadrón. No les hablaba. Señalaba una puerta, que daba a un patio y se veía desde ahí el ingreso a la Redacción. Para allá partían los Pies

Ovidio sufría por los muchachos del taller. Varios fueron asesinados por el saturnismo. Y no encontraba manera de evitarlo. Hombre culto, sensible, quería luchar para salvar a su gente pero no hallaba la manera de hacerlo. A través del gremio y con la fuerza de la unión de los trabajadores lograba que se aplicaran medidas para alejar al mal de esos jóvenes enamorados del oficio. La solución no aparecía. Recordó lo que hizo el escritor inglés Lewis Carroll, cuando en una novela supuestamente para niños expuso, a través de un personaje, la presencia del saturnismo en la Inglaterra victoriana. El libro se llama Alicia en el País de las Maravillas. El Sombrerero Loco, que tomaba té con Alicia era un ser atacado por el saturnismo, por eso no estaba en sus cabales. Los fabricantes de chisteras, galeras de alto cuerpo, gorras para la cacería del zorro, usaban los vapores de plomo derretido para dar forma al fieltro de los sombreros. Inhalaban parte de esas nubes tan bonitas, con tonos índigos de movedizo brillo. Y perdían la razón. Morían prematuramente, como les ocurrió a miles y miles de gráficos de todo el mundo, durante más de un siglo. Fueron fagocitados por la sed de información. Sin pena ni gloria. Como los sombrereros, cuyo martirologio quedó reflejado elípticamente (acaso fue una denuncia) por Carroll. A los artesanos del cubrir cabezas los salvó la evolución de la tecnología que dejó atrás al plomo. Lo mismo pasó con los gráficos: el sistema de impresión offset, limpio, incontaminante, nítido, alargó la vida de los miembros de ese oficio.

Ovidio orientaba a los Pies más que nada porque eran inmunes al mal del taller. Algo que él siempre deseo para sus alegres y queridos muchachos, casi sus hijos

Mientras Ovidio pensaba Los Pies Redondos se metían de a poco bajo el ala protectora de algún jefe, de sección (Deportes, Arte, Economía) y pronto lo convencían de que eran redactores. Mentiras. Sus crónicas resultaban ilegibles. Llenas de tachones, palabras encimadas. Un caos. Muchos de los jefes, en esa onda benefactora de Ovidio, les corregían diez veces los textos. Los transformaba en suyos. Y pasaban al taller con la firma de los Pies.

Cuando aparecieron por primera vez en el orbe lo hicieron en ese benemérito diario de Mendoza. No tenían nombre. Fue el Pocho, jefe de Deportes quien los bautizó Pies Redondos. Descubrió ---dijo--- que bajo las largas mangas de sus camisas no tenían manos con dedos sino unas extremidades redondas. Al querer oprimir una tecla de la Lexicon 80, apretaban varias simultáneamente. Llegaban entonces a las cuartillas (papel) palabras inexistentes, ininteligibles, absurdas, con reiteraciones encadenadas. Por ejemplo, 40 consonantes y ninguna vocal. Pocho, alma buena como Ovidio, les escribía las notas con las que luego, una vez publicadas, se vanagloriaban los Pies en las cenas del Club Jorge Newbery, reducto de los periodistas.

Algunos jefes cuando les caía un Pié Redondo recomendado por algún secretario de Redacción (eran muy hábiles moviendo influencias) lo probaban una vez y lo devolvían al remitente Otros seguidores de la liturgia de Pocho y Ovidio les hablaban por horas en un intento (frustradísimo siempre) de que aprendieran algo. Era casi común ver a jefes retando a un Pie Redondo en la vereda de calle San Martín. Y también, asistir a ataques de llantos de los Pies, con derrame de lágrimas color cobalto, muchas, tantas, que a un poeta vernáculo llamado Goyo le inspiraron la tonada que comienza así: “Yo no sé qué tiene esta avenida que parece que ha llovido”-

Y algunos Pies Redondos eran malentretenidos. En la despedida de soltero de un redactor que respondía al apodo de El Dulce, sus compañeros, disfrutaron de una cena exquisita. Y más rica aún, porque El Dulce pagó todos los menús, postres y vinos varios.

De ahí se fueron a un sótano que era una suerte de “taxi girl”, Unas cuantas mujeres y algunos hombres ocupaban el recinto. Uno pagaba un boleto y se lo entregaba a una de las damas. El papelito facultaba al feliz poseedor para bailar con ella un tango o un bolero. Las mesas, en torno a una pequeña pista con cuatro grandes ventiladores de pie que apuntaban al espacio de la danza. Algunas de las girls eran un poquito pasadas de peso. Según la Tía Vicenta sus caderas eran tan anchas que en lugar de darse baños de asiento, se daban baños de docientos y de trecientos. Eran las elegidas para bailar por los enfiestados. El intento de rodear las cinturas de las partenaires con el brazo derecho, como se hacía con las pibas en la boite “Kangaroo” resultaba por demás infructuoso.

Un Pie Redondo estaba en el grupo (se infiltraban en todo).Y se vino el viento blanco. En el medio de la pistita una figura humana hacía girar en círculos una bolsa de dos kilos de talco Partía el chorro de polvo y los ventiladores lo abrían mandándolo de nuevo al espacio bailable. Las blancas nubes iban y venían y se adherían a las voluminosas girls en amplia profusión de partículas Quedaron blanqueados (y eso que eran morochos de bajo tono) los “administradores” de las chicas (“fiolos”, “café con leche”, “cafishios”) que bebían Cuba Libre (puro alcohol coloreado) sentados al lado de pequeñas mesas. Los “Caras Lisas” otro de sus apelativos, se enfurecieron. Y ahí no más, sin dejar de toser algunos, se desprendieron largos sacos mostrándoles a los felices jóvenes las cachas de sus revólveres ( cachas como de nácar, pero no, era talco) Los redactores subieron la escalera en tropel, el Pie Redondo siempre primero (en un naufragio hubieran sido capaces los Pies de ganarle a las ratas en el dejar al barco que se hunde)

El cronista de Policiales quería reconstruir los hechos, aunque fueron expulsados del escenario del empolvamiento .Dedujo que el talco lo llevó el Pie Redondo. Esto ocurrió hace tiempo. El Pie se mantuvo en silencio. Hasta hoy, que ya es un Pie Pami

Otro Pie Redondo, muy simpático, acompaño a una expedición de periodistas que sentó bases en un boliche de singulares atenciones. El dato de la inauguración de ese llamativo lugar, lo trajo un notero que residía frente a ese nuevo emprendimiento. Contaba con restaurante, comedores para dos personas, nada más (obviamente, parejas) En un salón central , muchas lindas chicas en la barra o en sillas, en posturas estiradas y sugestivas, Una infaltable pista de baile y las danzas, que eran el prolegómeno del paso al “privado”. Para completar esos amores sin historia, además de sillas y mesa, había en el “nidito” una ancha “Chaise longue” en la que nadie nunca fue psicoanalizado, al menos que les cambiemos nombres a algunas cosas.

Estaban diseminados los “Escribas” cada cual con su cada “cuala” como decían los niños. Casi, al término de una agradable cena. Un velón en el medio de la mesa descubría, con su llama parpadeante, suspiros de sombras Las señoritas brindaban. Los “Plumas” les susurraban lo mejor de sus cosechas poéticas dedicadas al embeleso

Y de pronto tres estampidos de un arma de fuego de grueso calibre retumbaron en todas las salas. Las risas huyeron por las claraboyas.

Sin despedirse escaparon todos los comensales Los cocineros. Mozos. Toalleros, también. No quedó nadie. Noche de verano. Los vecinos observaban esa maratón que se abría en abanico hasta perderse a la vuelta de las esquinas: lindas chicas con los zapatos en las manos, el maitre, y el impecable repasador colgando de su brazo como en cabestrillo, señores mayores que corrían en cámara lenta.

No quedó nadie. Apareció en la puerta del local, displicente, el Pie Redondo que se invitó solo. Movía cual director de sinfónica con su batuta, un revólver de largo caño. Se lo veía contento. Se fue caminando, despacio. Llegaron dos móviles policiales. Entraron los uniformados. En el interior del local se escuchaba tenue la voz de Daniel Riolobos: “La noche de anoche…que noche la de anoche…sensación maravillosa…que me hace comprender que yo he vivido esperando por ti” bolero puesto acaso para motivar a los clientes- En un baño, sentado sobre la tapa de un inodoro, con la cabeza entre sus manos y la vista fija en las baldosas, el notero, vecino de enfrente. Cuando trató de escapar vio los visillos corridos de una ventana de su casa. Y la cara de su mujer.

Además de amontonar crónicas crípticas los Pies Redondos participaban de los campeonatos de fútbol de los medios de prensa, en los que –invariablemente—hacían perder a sus equipos por las reiteradas faltas que cometían. Agresiones a los árbitros. Amenazas con navajas. Había orden de no echarlos, dada por el subdirector que no gustaba de las exclusiones.

Así fue como nació una suerte de Liga Pie Redondo de Fútbol, claro que limitada (menos mal) a los torneos de los medios, Manejaban a los árbitros y a los hinchas. Salía campeón el equipo que más cotizara en el consabido y popular soborno previo a los partidos. Eso originó una falta de interés en los jugadores y los campeonatos desaparecieron. La Liga, según rumores todavía, tiene un local en una galería céntrica. Al parecer los Pies dan préstamos a jubilados arrancándoles la cabeza con los intereses, pura usura, y haciéndoles firmar a los desprevenidos documentaciones por dinero que nunca recibieron, pero que los Pies cobraban por descuentos autorizados sobre los sueldos de los clase pasiva.

Mitad leyenda. Mitad realidad. Mitad casi íncubos. Mitad casi humanos. Los Pies Redondos no se extinguieron con la llegada del sistema de impresión offset a los diarios. Desaparecidos el plomo, los jarrones con leche, se corporizan ahora, con el frio magma de los sueños de ellos mismos. Acaso fueron la inspiración de Jorge Luis Borges para su cuento del hombre que engendra a un hijo con hechura onírica. Tal vez los Pies fueron producidos por JLB lo que sería algo imperdonable, aunque no tanto, porque generó una de las leyendas con más fuerza en el orbe, mito que se autosustenta en un deseo de eternidad.

En los medios de aire sentaron bases, con un mote despectivo, adosado al nombre genérico. Los colegas los bautizaron, por sus torpezas (algo que nunca los abandona) como “Cables de Plancha” porque no servían para radio ni para televisión.

Se piensa que la expansión dé los Pies Redondos día a día crece. Hay quienes juran que están en funciones, cosa de no creer, como directores de medios, jefes de programas, gerentes de noticias animadores estrellas de la TV y Pies Redondas a cargo de la publicidad (que las hay las hay)

Sinceros, duros, los Hermanos Pies, como se autodenominan, son conocedores de sus infinitas limitaciones. En el credo inviolable que los sostiene, se preguntan: “¿Por qué los mediocres (ellos) siempre tienen que estar en el medio o más abajo. Eso es injusto. Segregante. Tenemos derecho a todo, como los más capaces, a cargos, a sueldos mayores, a lindas compañeras” Y la conclusión: “Los Pies Redondos al Poder”

Dicen las Malas Lenguas del Kilómetro 0, con sus versiones netamente orales (¿De qué otra forma podrían ser?) que es algo casi probado que los Pies Redondos ya desembarcaron en la política local. Dan como pauta una serie de desaguisados. Los numerosos contingentes de Pies Redondos que viajan a Buenos Aires a las Ferias de San Telmo, con todos los gastos pagos, nada más que porque son amigos del Pie Redondo asesor. Algunos afiches horrorosos. Las enormes demoras que sufren los jubilados en los días de cobro de sus haberes. El auge de los chorros y asesinos. En fin, es una larga nómina de olvidos, postergaciones, abandonos. Y, lo que identificaría plenamente a los PR, groseras y escandalosamente recicladas metidas de patas.

Sociólogos, encuestadores, profetas, coinciden que en pocos años más, los Pies Redondos dominarán al mundo. No los para nadie. Y como son ateos, quedan comprendidos dentro de las generales de la ley: Dios no puede corregirlos.

Claro que, y es algo triste, dejarán de ser leyenda.

La Quinta Pata

1 comentario :

HArendt dijo...

Delicioso texto, querido Alberto. Se me escapan muchas de las cosas que dices, por eso de la lejanía en el espacio; tus Pies Redondos, ahí junto a las laderas del Aconcagua, y un servidor, aquí, en medio del Atlántico norte, tirando al sur... En todo caso tu leyenda, porque supongo que de eso se trata si hago caso al título, me ha encantado. Pura nostalgia de un tiempo que no sé si fue mejor, pero que estoy seguro no volverá, quizá para bien de los linotipistas y para desgracia de tus Pies Redondos. Un abrazo desde este rinconcito perdido en medio del mar.

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