domingo, 9 de noviembre de 2014

¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito!

Ricardo Nasif*

Juan Domingo Perón reconoció en una entrevista que su reelección como presidente en 1951 se debió a dos razones fundamentales: el voto femenino y Mordisquito. De la gravitación de la primera participación electoral de las mujeres se sabe bastante, mucho menos –o casi nada- del personaje radial creado por Enrique Santos Discépolo.

Discepolín, no está demás decirlo, fue uno de los más grandes poetas de toda la historia del tango. Autor de Cambalache, Yira Yira, Uno, Esta noche me emborracho, Fangal, Martirio, Malevaje, entre otros memorables tangazos. Además nadie como él ha pintado magistralmente la crudísima crisis política, económica, social y moral de las primeras décadas del siglo XX y especialmente de la Década Infame de los años ´30, cuando el mundo se venía a pedazos.

Como él mismo dijo alguna vez, fue un artista que vio el dolor en todos los que tenía adelante, se posesionaba de sus situaciones, comprendía cuales eran sus problemas y enseguida se ponía en el lugar del otro. Sentía como si fuese suyo el sufrimiento ajeno -le dolía la cicatriz de los otros- y, desde allí, escribió decenas de tangos absolutamente populares y profundos y asumió un compromiso hasta los tútanos con esa realidad social, cuestionándola, aunque sin dejar de intentar la búsqueda de un hilo de esperanza.

Esa luz la encontró Discépolo en el movimiento popular parido el 17 de octubre de 1945. Basta ahondar en sus textos, anteriores y posteriores a esa fecha, para comprender la identificación del filósofo-poeta con los logros culturales y sociales del peronismo.

Perón y Discépolo se conocieron en Santiago de Chile en 1938, entonces aquel era agregado militar en la embajada argentina en ese país. A mediados del ´44 se volvieron a encontrar, cuando el gobierno militar –del cual formaba parte Perón- lanzó una campaña de censura de las letras del tango más desnudo y lunfardesco. Los Delegados de SADAIC, Homero Manzi y Discépolo, se entrevistaron con el entonces secretario de Trabajo y Previsión para que intercediera. Ahí nació una creciente amistad y mutua admiración.

Ya con Perón en la presidencia, a partir del año 1946, Discépolo se sumó al justicialismo y llegó a formar parte del círculo íntimo de Evita y el Pocho. En 1951, en medio de la campaña electoral por la reelección presidencial, Perón le pidió a Discépolo que participara en la promoción proselitista desde la radio, el medio de comunicación más influyente por esos días. Es ahí cuando aparece Mordisquito. Desde Radio Nacional, en el programa “Pienso y digo lo que pienso”, Discépolo monologaba contra un virtual opositor, un “contrera”, antecesor simiesco de los gorilas de los años ´50.

Discépolo cazaba el micrófono y se despachaba con textos tan medulosos, claros y fanáticos como este: “Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria. Nacieron de vos, por vos y para vos. Ésa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena, porque pedían un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco.” Y remataba: “¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez.”

No siempre la identidad ideológica y las prácticas políticas individuales y colectivas se definen por lo que se sostiene o defiende, sino también por lo que se rechaza o detesta. La pertenencia a ese movimiento tan complejo y crucial reconocido como peronismo estaba –y está- nutrido por miles de compañeros que se autodefinían en una identidad de raigambre histórica, clasista, social o hasta si se quiere –mal que pueda pesar- en lo que se entiende como un sentimiento, pero en él también participaban con mayor o menor compromiso quienes veían en ese espacio la única alternativa pragmática o el mal menor posible.

No le interesaba a Discépolo convencer a los convencidos, ni a los propios ni a los Mordisquitos, sino justamente a los que sin tener una postura definitiva, no estaban dispuestos a retornar a un pasado nefasto o arriesgarse por un futuro incierto de maravillas. A los que sin saber del todo su destino ni su identidad políticas, necesitaban tener muy claro a dónde no querían ir y en que vereda no querían estar.

Por supuesto que este compromiso de Discépolo, que rehuía de los círculos pacatos y cómodos de la literatura oligárquica consagrada, no le fue para nada gratuito. Los opositores lo agredieron, amenazaron y excluyeron totalmente de los principales ámbitos artísticos. Sus propios allegados señalan que esto lo condujo paulatinamente a una muerte prematura. Se aisló en su casa, no comía, llegó a pesar menos de 40 kilos –él mismo decía que las inyecciones se las daban en el saco- y sólo fumaba y bebía un par de whiskies al día. A fines del ´51 su estado se agravó y se dejó caer en un sillón para irse así nomás sin luchar. En su velorio, entre las flores hubo una corona con aroma a premonición, en la clásica leyenda en letras doradas sólo decía: "Hasta pronto". La firmaba su amiga y compañera Evita, quien seis meses después también dejaba este mundo.



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La Quinta Pata

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