domingo, 16 de noviembre de 2014

El otro Fernando Fader

Eduardo Paganini (Baulero)

Homenajeando al célebre pintor, este artículo registra opiniones del mismo sobre los críticos del arte y su tarea. Su texto se estructura en dos momentos ya que hay un adelanto en la tapa del Suplemento Cultura y luego el artículo propiamente dicho, cada uno con su respectivo título, que con fines testimoniales hemos registrado: “Fernando Fader. El hombre, su pensamiento y su obra” en tapa y “Otros colores de su paleta” en el encabezado de la nota. Lo curioso es que esas opiniones del maestro no parecen haber causado el efecto esperado.

[Adelanto de tapa del suplemento]

El 11 de abril de 1882 nacía Fernando Fader. También un 11 de abril, pero de 1951, abría sus puertas la Casa de Fader convertida en museo para honrar la obra del artista. Momentos propicios para recordar o redescubrir algunas facetas significativas del trascendente pintor. Como su visión del arte y de los críticos. O el amor por sus hijos y el contenido de sus principales escritos. Y en particular, su deslumbramiento ante la naturaleza como fuente de inspiración creadora.

[Cuerpo del artículo: Otros colores de su paleta]

“A veces pienso que todo sucedió demasiado rápido, pero estoy convencido de que ocurrió como debía: la Mendoza pueblerina de ritmo lento. El cambio repentino hacia la Europa obligada y necesaria por tradición familiar La permanencia en ese medio que inquietó mis pensamientos y modificó mis costumbres.

”El descubrir mi vocación. Las dificultades para encarada. El triunfo primero. El regreso a los afectos: encontrarme de nuevo con esa Mendoza tan parecida a la que dejé, como si fuera ayer... Pero el que regresaba era otro.

”El desvío: la usina que absorbió todas las energías y el tiempo disponibles. El desastre: que me obligó a un nuevo tiempo europeo con regreso apresurado a causa de una forma de vida que se caía en pedazos por la guerra. La enfermedad que me condicionó y me obligó a un replanteo total... ¿habrá sido la lección necesaria para volver al propósito original?

”Córdoba y el lento recuperar de las fuerzas y el rumbo elegido. Miller y su apoyo integral. Adela y los chicos, sus afectos y su compañía. Todo tan rápido, tan vital, tan hermoso... Digno de ser vivido a pesar de sus dificultades. Lo vivo todo hoy en verano y en Loza Corral”.

“Hoy a las 15 y treinta falleció Fader. Serafini”


Veinticuatro ítems ficticios y uno final y textual. Los primeros, producidos por Luis Felipe Fader, al correr de la pluma y con la convicción de una autobiografía, sintetizan los 52 años de vida de Fernando Fader. El último, el telegrama a través del cual se transmitió a los medios de todo el país la noticia de su muerte.

Si nos detenemos a leerlos, no hace falta agregar mucho más, condensan todo lo que generalmente interesa de la vida de cualquier sujeto. Con más razón de alguien sobre el que se ha escrito bastante, a veces hasta con contradicciones por falta de información o por exceso de imaginación.

Fernando Fader, un hombre

Sabemos que nació en Burdeos (Francia) un 11 de abril de 1882, sexto hijo del ingeniero alemán Carlos Fader (todo un personaje empresarial de su época) y de la vizcondesa francesa Celia de Bonneval. También estamos enterados de que estudió en Francia y en Alemania y que, al tiempo de definir su vocación, su padre le dio un año de reflexión para que se asegurara sobre el tema.

Por otra parte, son conocidos sus éxitos y fracasos, su dedicación a una obra que nada tenía que ver con su formación y el sacrificio que implicó responsabilizarse de las consecuencias del desastre de Cacheuta.

Prácticamente nadie desconoce el drama de su tuberculosis en una época en que esa enfermedad era sinónimo de muerte.

La mayoría de los argentinos hemos visto —-aunque más no sea en los viejos almanaques de Alpargatas, en los posters publicados en el último tiempo o en algún catálogo de congreso— algunas de sus obras, sin contar que una gran mayoría de ellas están a disposición del público en los más importantes museos de Argentina.

Su nombre tampoco escapó de los “sociales” de los diarios cuando nuestro país regaló una de sus obras al rey de Bélgica con motivo de su boda... En síntesis, muchos de nosotros hemos oído hablar de Fernando Fader y sus pinturas.

Procuraremos incursionar en otros de sus rasgos.

Las fotografías de adolescente y de joven lo muestran apuesto, de talla mediana y ojos inquisidores, y uno de sus biógrafos, Antonio Lascano González, lo describe como “un joven gallardo, excepcionalmente dotado, de notoria prestancia, de indumento atildado... de pujante personalidad”.

El otro Fader

¿Qué encierra ese joven que nunca llegó a viejo, a pesar de que en las últimas fotografías parece un anciano de ochenta años? ¿Qué valores lo impulsan a trabajar sin descanso, a pesar de tantas dificultades en lo personal? ¿Cuántas facetas convergen en una figura largo tiempo halagada y algunas veces agredida?

Desde sus propios escritos, trataremos de describir al otro Fernando Fader. Con las inevitables limitaciones del breve espacio y de las subjetividades de quien escribe.

Su cuaderno de poemas, fechados entre 1900 y 1903, escritos la mayoría en alemán o francés, demuestran la sensibilidad de un joven que a través de la poesía canta al amor, el desencanto, la soledad y la esperanza de ser amado. Nada original, por cierto.

Las pequeñas obras de teatro producidas en su tiempo mendocino reflejan la imagen de un sujeto social inserto con cierta comodidad y seguridad en un ambiente que lo acepta (y hasta lo halaga). Casi una conducta habitual en ciertos ámbitos socio-culturales.

Sus cartas (publicadas e inéditas) hablan de un hombre responsable, consciente de su situación como padre de familia que permanentemente se preocupa por el bienestar de su mujer y de sus hijos.

Los manuscritos y algunas publicaciones referidas al “arte argentino” dejan ver una personalidad fuerte, segura de sí misma y con dejos de dureza en sus juicios respecto de actitudes y acciones de críticos y funcionarios relacionados con el arte.

Veamos un ejemplo de esto último cuando en 1915 “crítica a los críticos” al comentar: “Las llamadas “críticas” de los diarios que me propongo analizar son, por lo general, impresiones de personas a quienes la dirección de los diarios podrían haber encargado la tarea de escribir sobre cualquier otro asunto, política, policiales, football... Lo que el uno encuentra hermoso, el otro lo fulmina como horrible, lo que al uno le pareció clásico, al otro detestable; pero ninguno de ellos nos revela el porqué. Yo comprendo y me compadezco de estos pobres encargados de servir una crítica a su diario. Los veo sufrir horriblemente delante de las telas y de las esculturas —es tan terrible tener que decir algo cuando no se sabe—; y la suerte siempre les es adversa, porque siempre dicen lo contrario de lo que deberían decir (…)”

Fader, vocación de pintor argentino

Este espíritu crítico (y tengamos en cuenta que, en líneas generales, siempre tuvo el apoyo de los más reconocidos críticos argentinos), aparece también en 1917 cuando, en respuesta a un cuestionario que le envía el presidente de La Verdad, sostiene: “El arte en general ha sufrido las influencias de una serie de factores ajenos a su fin. Cuento entre ellos la nivelación desastrosa de los elementos que en Europa forman las sociedades llamadas cultas. La desaparición casi completa del ideal individual y la invasión del ideal colectivo... La relativa novedad del ideal colectivo ha producido forzosamente un exceso de expresiones artísticas novedosas, falsas en su gran mayoría porque son derivadas de un concepto de pensamiento más bien que de sentimiento o, en una palabra, expresiones experimentales; carecen de la base sentimental. Hay, pues, desorientación. En el arte argentino, si así puede llamarse la producción de artistas geográficamente argentinos, se observa el mismo fenómeno en mayor escala por la simple razón de que nuestros artistas se han formado en centros europeos, siguiendo por lo general las corrientes más en boga; cosa fácil y agradable porque asegura el éxito inmediato, que parece ser el objetivo primordial... Las excepciones que observamos son tan escasas como elocuentes”.

Texto polémico y discutible aun para el momento en que fue escrito, y sobre todo si tenemos en cuenta que Fader confiesa cuando llegó de Alemania con sus diplomas y premios: “El día que me encontré solo ante las montañas gigantescas de la Cordillera, terminó toda mi ciencia pictórica”.

Resulta difícil resumir demasiado la producción del otro Fader, porque el material de su autoría es mucho y el resumen deja demasiados grises en la descripción. Pero agregaremos solo otro reflejo de su personalidad cuando, en 1930, escribe a sus hijos menores (Raúl, el mayor, ya había terminado su bachillerato y lo acompañaba en Loza Corral): “(...) Acaso no sienten con qué profundo cariño sigo, paso a paso, la vida de Ustedes a través de las cartas de su incomparable madre?... Tengo mis cinco sentidos y el resto de mi salud puestos en la tarea de pintar cuadros para Ustedes, para el pan y la educación de vosotros... Si resuelvo algunos asuntos espero poder verlos pronto, pero si no, paciencia. Pido a Dios los conserve sanos y buenos y los abrazo fuerte, fuerte. Vuestro padre. F.F”.

En realidad, nunca pudo cumplir con la visita prometida, la tuberculosis no le dio permiso.

Esta es parte de la otra historia de un pintor, hijo de europeos, que nació y se educó en Europa, que escribió poesía y teatro, que era un excelente pianista y que siempre se identificó argentino:

“Siempre, por encima de todo, me he dejado guiar por este propósito: hacer arte aquí para mi patria, para los míos”.

Fuente: Rosa María Fader, Fernando Fader. El hombre, su pensamiento y su obra en Suplemento Cultura. Diario Los Andes, Mendoza, 8 de abril de 2001

La Quinta Pata

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